Publicado por CTXT el 11/07/2018
“Soy una pichiruchi, una hormiguita en el trabajo y me encanta hacerme selfies postureando en la terraza de mi casa en Tánger, donde resido desde hace 17 años. Tengo una gata, un perro, dos tortugas y vivo rodeada de plantas. Soy madre sola con dos hijos e intento ser muy legal con mis amigos”. De esta guisa se describe la investigadora social, periodista y defensora de los derechos humanos Helena Maleno (El Ejido, 1970), una mujer de apariencia frágil y una fuerza mental a prueba de amenazas y extorsiones. El pasado año tuvo ocasión de demostrarlo cuando no le quedó más remedio que combatir con las armas de los hechos las infamias machistas vertidas contra ella por el Sindicato Unificado de Policía (SUP) tras criticar la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado que vigilan la frontera de Ceuta. Y aquí sigue, al frente del colectivo Caminando Fronteras que tantas vidas inocentes salva del insaciable Mediterráneo. Aunque se niega a ser el emblema de nada, Maleno intenta dar sentido a ese pequeño infierno que ha colonizado el lado sur de la alambrada. “Los migrantes suelen decirme que soy muy simple”, dice. De ahí también lo de pichiruchi, la hormiguita incansable de la frontera.
¿Marca haber nacido en El Ejido, una localidad donde el racismo ha dado muestras de su existencia?
Sí, claro. Sobre todo cuando procedes de una familia de jornaleros como es mi caso. Gente socialmente humilde y trabajadora que vivía en los mismos cortijos que luego ocuparon los migrantes y que tras el boom de los invernaderos comenzaron a autoexplotar a sus propias familias. Ver esta transformación, ver cómo el racismo empezó a penetrar en nuestras casas y en nuestras mentes fue una lección. Allí aprendí cómo se construye el racismo y cómo se utiliza como instrumento político. En El Ejido sirvió para aumentar la efectividad del sistema de producción. Me impresionó mucho ver a vecinos a los que siempre consideré buena gente comportarse como auténticos racistas. Querían manos pero no querían personas.
Suele decirse que el racismo en España no ha alcanzado la dimensión que existe en otros países. ¿Es cierto?
El racismo existe en la sociedad española aunque no se admita. Mira el pueblo gitano. ¿Qué representación política tiene? ¿Dónde están en las universidades y en otros espacios públicos? Tenemos muchas cosas que replantearnos respecto al racismo. Queremos que los migrantes vengan, que trabajen y que se vayan. No queremos que se muevan y tampoco queremos que se mezclen.
La violación de las jornaleras marroquíes en Huelva ha sido una atrocidad similar a la de La Manada pero su repercusión ha sido menor. ¿A qué lo achaca?
Al racismo y al colonialismo. Y ahí voy a ser crítica con el feminismo en España porque está haciendo una defensa de la mujer desde el punto de vista de los blancos, de los privilegios. Lo que les ha sucedido a las compañeras de Huelva es suficientemente horroroso para que se hubiese producido una respuesta colectiva que no se ha dado porque esas mujeres no pertenecen a los espacios de la lucha feminista. Es injusto. Si las mujeres, blancas y europeas ya ven reducido su espacio de denuncia, imagine cómo es el de las migrantes jornaleras y racializadas. Este suceso debería servirnos para reconstruir el feminismo en el Estado español, para mirarnos y ver que entre nosotras también hay racismo. La lucha por los derechos de la mujer es para todas, sin excepción.
Europa reduce el derecho de asilo. ¿Por qué?
Europa lleva años construyendo dos categorías de migrantes: Los refugiados y los que no lo son. Y el criterio que aplican para hacerlo es el mismo que utilizaron en 1951 con los refugiados blancos que causó la guerra. De esta forma están excluyendo a personas que están viviendo situaciones particulares tremendas que no existían hace 60 años. Por ejemplo, todas las mujeres que son víctimas de la trata, o los refugiados climáticos o las miles de mujeres que huyen de la violencia de género en sus países de origen. Al final, el porcentaje de protección es bajísimo porque nos negamos a comprender las nuevas violencias que están apareciendo. Utilizamos el refugio para separar y categorizar a las personas como si fuera un privilegio. Y eso es muy grave porque estamos construyendo un sistema que nos enfrenta y nos contrapone pero que no concede derechos.
Usted recorre campamentos y barrios marroquíes donde residen personas dispuestas a lanzarse al mar. ¿Cómo viven esa situación de riesgo?
Es muy duro para ellos porque viven una situación golpeada por la violencia. Sin embargo, en medio de este clima tan obsceno muestran una sorprendente capacidad para desarrollar muchas formas de autoorganización y de solidaridad entre ellos, lo que les reporta mucha dignidad. Lo que nosotras hacemos exactamente es informar a los migrantes de cuáles son sus derechos en zonas de frontera. Por ejemplo, en Ceuta y Melilla, donde hay niños que no están escolarizados y donde muchas familias ni siquiera saben que tienen los mismos derechos que el resto de ciudadanos para llevar a sus hijos al colegio. Nosotras les decimos que las comunidades en movimiento, como la suya, también tienen el derecho de acceder a los servicios públicos. Por eso, nuestro trabajo no gusta ni a la policía ni a las mafias.
¿No les gusta que enseñen a los migrantes a exigir sus derechos?
Sí, no les gusta que empoderemos a la comunidad migrante porque de esa forma siempre tendrán algo que decir cuando son interceptados por la policía de fronteras o por las mafias. Y lo hacemos para que esta zona no se convierta en otra Libia donde los migrantes carecen de toda capacidad para decidir porque son tratados como simples esclavos.
En el caso de las mujeres será mucho peor
Pero son más resilientes que los hombres. En un reciente trabajo que he hecho con Alianza por la Solidaridad, una de las conclusiones de las organizaciones sociales participantes es que las mujeres migrantes habían “normalizado” la violencia sexual. Sin embargo, la lectura que ellas hacían sobre este hecho era diametralmente diferente. Sabían lo que les iba a pasar y sabían que el precio que debían pagar era su propio cuerpo pero lo normalizaban para no morirse. Eso denota la tremenda fuerza que han desarrollado después de padecer un proceso brutal de resistencia dentro de lo que nosotras llamamos “la guerra de fronteras”.
¿Se siente vigilada?
Sobre todo me siento desprotegida por el Estado español. Para mí fue un choque muy fuerte ver los informes que la policía española envió a Marruecos para mi procesamiento. Fue una vergüenza para la democracia porque parecían elaborados por gente de un país donde es habitual asesinar a defensoras de los derechos humanos. Están llenos de falsedades machistas y misóginas que atacan a mi condición de mujer, mil veces menos garantista con los derechos que los que realizó la policía marroquí. Sólo espero que algo así no vuelva a repetirse en mi país.
¿Cómo está la situación en el Estrecho en estos momentos?
Hoy han salido 17 pateritas, pequeñas embarcaciones a remo, que ya han sido recogidas por los equipos de salvamento. Creo que también han localizado dos grandes a motor, una de magrebíes y otra de subsaharianos. En total, 327 personas que ha salvado España y otras tantas Marruecos. Al amanecer, ya había 30 pateras en el agua. El movimiento es constante desde la conclusión de la fiesta del cordero y empieza a ser angustioso porque aunque no estamos teniendo que lamentar muchas pérdidas humanas, siempre hay desaparecidos. En este sentido, me gustaría destacar el trabajo a fondo que está realizando salvamento marítimo a favor de la vida. Estoy muy orgullosa de ellos. Intentamos ayudarles en todo lo que podemos, facilitándoles localizaciones, sacando la mejor información posible, etc. Ahora, la salida ha empezado a trasladarse hacia la zona de Alborán, desde la zona de Nador hacia Almería. Nosotras confirmamos los nombres que nos facilitan los familiares de quienes van a bordo de una patera y verificamos que llegan sanos y salvos. La gente está muy desesperada.
Y el control migratorio es cada vez más implacable
Sí, y las diferencias económicos entre los dos mundos son cada vez mayores. Creo que debemos plantearnos ya el derecho a la libertad de circulación porque, en caso contrario, corremos el riesgo de encontrarnos con situaciones distópicas bastante desagradables.
Como esos centros para migrantes fuera de la UE. ¿Qué le parecen?
Ya está pasando en Australia, que llevan a los migrantes a unas islas cercanas para su clasificación y separación. Mira lo que ha sucedido con los niños en la frontera de México y Estados Unidos. Eso es nazismo. Creemos que vivimos en el mejor de los mundos y nos miramos unos a otros como si viviéramos en una sociedad perfecta y democrática que, en realidad, enmascara un sustento de racismo y colonialismo insoportable.
¿A quién beneficia esta situación?
A las grandes empresas de seguridad, que se han dado cuenta de que el control del movimiento de personas aporta mucho dinero. La seguridad de fronteras es hoy uno de los campos de inversión más importante del mundo porque convierte a las personas en mercancías lo que desencadena situaciones humanitarias muy peligrosas.
Los cementerios de Tarifa y Algeciras están llenos de tumbas sin nombre. ¿Es el Estrecho la mayor fosa común marina del mundo?
El no poner nombre a las fosas forma parte de esa estrategia de guerra fronteriza de la que hablaba, de esa mercantilización que se hace del ser humano. Las personas que murieron en el Tarajal tenían nombre, y los conocemos, pero sus tumbas no están identificadas porque ni la Guardia Civil ni el juzgado hicieron el esfuerzo por hacerlo. En el Estrecho está muriendo gente desde hace 30 años pero seguimos sin tener un registro oficial de desaparecidos ni un protocolo para activar en caso de naufragio de una patera. Pero, claro, no es lo mismo un náufrago francés que un náufrago de la República Democrática del Congo.
Kapuscinski decía que la imagen que construimos de este drama ignora el contexto en el que se produce y así consolidamos el estereotipo de que los migrantes son unos bárbaros. ¿En qué nos estamos convirtiendo?
Un negro se muere pronto y nos da menos pena porque estamos acostumbrados. Ellos pasan hambre. Nos hinchamos a filmar migrantes ahogándose en Libia o luchando por ser rescatados pero si esa persona fuera francés, italiano o español nunca nos atreveríamos a hacer eso.
Pero esas imágenes también sensibilizan a la opinión pública, ¿no lo cree?
Lo que nos provoca es pena. Si necesitamos ver a un negro muriéndose en el mar para sensibilizarnos ante este drama es que tenemos un grave problema de conciencia.
¿Considera impreciso el término “Crisis de los refugiados”?
Sí. Para empezar porque el concepto refugiado segrega y no es suficientemente protector. Y sobre la crisis, ¿qué puedo decir? La crisis está en las fábricas de armamento que invierten en guerras y que luego reinvierten parte de sus beneficios en controlar a las víctimas que producen sus guerras. Creo que la crisis la tienen los países que no respetan los derechos humanos y esas compañías extractivas que esquilman los recursos naturales y obligan a la gente a moverse a otro lugar para vivir. Por eso nosotras decimos que no hay un efecto llamada sino un efecto salida.
¿Confía en que la situación de los derechos humanos en la frontera sur de España mejore con el nuevo Gobierno?
Primero me gustaría decir que quien ideó toda esta estrategia y esos espacios de no derecho fue el Partido Socialista con Rubalcaba. La idea de externalizar la frontera a Marruecos, que ahora hemos exportado a Europa, y quien puso las concertinas en la valla fue el Partido Socialista. El PP siguió con ello y lo agravó, llegando al extremo de derechos cero. Y entre ambos partidos nos han hecho creer que el control migratorio está por encima del derecho a la vida. Lo han repetido tanto que hemos terminado normalizando su discurso. Me gustaría que el nuevo Gobierno haya aprendido de esos errores y empezara por la eliminación de las concertinas, que son una vergüenza, por la derogación de la ley mordaza y por el cierre los CIE, que son otro negocio.